miércoles, 23 de noviembre de 2011

HISTORIA UNIVERSAL DE LA DESTRUCCIÓN DE LOS LIBROS De las tablillas sumerias a la guerra de Irak.


 “Allí donde queman libros, acaban quemando hombres”
 Heinrich Heine
El escritor venezolano Fernando Báez divide en tres partes la historia de la Humanidad: el Mundo Antiguo, desde la Era de Bizancio hasta el siglo XIX, y el siglo XX y los inicios del XXI. Hace un exhaustivo recorrido por la cronología de los textos escritos, como indica en el título de su obra, “desde las tablillas sumerias a la guerra de Irak”.  Comienza  y concluye el relato en el mismo lugar, la antigua Mesopotamia, hoy el sur de Irak, “entre los ríos Tigris y Eúfrates”. Donde nació la escritura, en la cuna de nuestra civilización.
Es una trayectoria circular por más de 5.000 años de historia plagada de destrucción de testimonios escritos, por causas naturales o menos “naturales”. Desastres provocados por la naturaleza o por la mano del hombre han terminado con siglos de cultura, de conocimientos, de memoria, sepultados en el olvido. El fuego y el agua o la ignorancia y la envidia se convirtieron, y aún se convierten,  en aliados contra los testimonios escritos haciendo realidad la cita de Heine que introduce el libro: “Allí donde queman libros, acaban quemando hombres” (pág. 13)
Porque el ser humano nunca ha dejado de destruir libros, ni de aniquilar a sus semejantes. Y esta es la historia que nos relata Fernando Báez, una historia de desolación. De soberbia, envidias, rencores, ignorancia y prepotencia. En el Mundo Antiguo, en la época de las tablillas, de los papiros y los pergaminos, las rivalidades entre ciudades-estado o entre filósofos endiosados hicieron que acabaran convertidos en ceniza los escritos de diferentes autores. La desaparición de importantes bibliotecas, como las de Alejandría o Pérgamo, aún resulta una pérdida dolorosa para los que reconocen el valor de los textos que acumulaban.
“La historia de la Grecia clásica… es también la historia de decenas de bibliotecas desaparecidas” (Pág. 75). En Atenas, en Rodas, en Delfos. En Chipre, en Siria, en Milasa. En toda la zona de influencia helénica desaparecieron bibliotecas. Obras de autores conocidos y desconocidos. Todo el saber de una época de esplendor cultural de la que sólo se conoce una mínima parte. También la historia de Israel y la de  China están plagadas de destrucción de textos. ¿Causas? Motivos religiosos o cuestiones de poder, siempre se repiten las circunstancias que conducen a la desaparición de los libros. En la Roma Imperial y en los albores del Cristianismo el fuego también consumió innumerables documentos. El fuego que transformó en cenizas los conocimientos, los pensamientos, las reflexiones del Mundo Antiguo. “Al destruir con fuego el hombre juega ser Dios, dueño del  fuego de la vida y de la muerte” (pág.24)
La época oscura de las Cruzadas deja la cultura occidental en manos de los religiosos, el saber se esconde en los monasterios y el acceso a los textos  se reduce a unos pocos, pero ni aún así se salvan de las llamas. Y en Bagdad se quemaron libros y se destruyó la gran biblioteca de El Cairo en 1068. La suma de textos destruidos no cesa de aumentar a medida que nos adentramos en el relato de Fernando Báez. En la España Musulmana y en el México de Fray Juan de Zumárraga. En Oriente y Occidente, en Estados Unidos, en Alemania y en Italia. En el “nuevo” y en el “viejo” mundo el fuego devora  textos. Por muchas y equivocadas razones, por cuestiones políticas, religiosas o  morales a las que se unen las catástrofes naturales. Como el  incendio que destruyó los 35.000 libros de la Biblioteca del Congreso norteamericano en 1851. Poco después, en 1881, William Blades escribió Enemies of books  y ofrece el primer estudio sobre la destrucción de los libros y las bibliotecas. En él distingue las siguientes causas: “fuego, agua, gas y calor, polvo,  negligencia, ignorancia, maldad…” (Pág. 198).
Llegados al siglo XX, la Guerra Civil española introduce una nueva etapa de desolación en la obra de Báez. Muerte de seres humanos y destrucción de textos se dan  la mano en un siglo que vendrá marcado por las dos guerras mundiales. Pérdidas irreparables para una humanidad que parece no aprender de errores pasados. En Madrid, en Asturias, en Barcelona, la contienda bélica como telón de fondo y la desaparición de bibliotecas como consecuencia del enfrentamiento fratricida. El “bibliocausto nazi” o el “libricidio serbio” curiosas denominaciones  de Fernando Báez, original juego con palabras que recuerdan la frase de Heine. Libros y hombres destruidos con pobres argumentos racistas e ideológicos. Prepotencia y presunción, vanidad humana al servicio de unas ideologías de superioridad racial cuyas consecuencias estremecieron al mundo. Y la bomba atómica, el horror supremo, la destrucción total. Además, “el siglo XX ha estado marcado por desastres naturales de toda índole: incendios, terremotos, inundaciones, maremotos, huracanes, tornados y devastaciones por volcanes. Cada uno de estos hechos ha causado devastación cultural” (pág. 244). Por si no fueran suficientes las acciones humanas.
Bibliotecas públicas y bibliotecas privadas, colecciones únicas y fondos olvidados. De norte a sur, de este a oeste. Regímenes censores, revoluciones culturales, dictaduras, fundamentalismo religioso…  suma  y sigue.  Pero las razones nunca fueron ni serán válidas. No hay argumentos que justifiquen la destrucción de libros.  A pesar de las voces que claman ante esta realidad, nada parece cambiar. Fernando Báez recorre la historia de la Humanidad y una y otra vez nos enfrenta a una realidad que no se puede dejar de lado. Hoy, ahora, en pleno siglo XXI, se siguen saqueando bibliotecas, quemando libros, destruyendo culturas y sepultando en el olvido los conocimientos ancestrales de generaciones y pueblos. Ni siquiera en la era electrónica, ni siquiera los e-books, los libros electrónicos, estarán a salvo de la desolación. Virus informáticos ideados por el hombre, ciberataques a páginas web y quién sabe qué inventará el ser humano en su afán destructor.
En el capítulo noveno de la tercera parte de su obra, el escritor venezolano dedica dos o tres páginas a   “los enemigos naturales de los libros” (Págs. 276 a 278). A saber, la polilla, dos familias de lepidópteros y otros raros insectos que se alimentan de distintos materiales con los que se fabrican o se han fabricado los libros: papel, tela cuero, textiles… Animalillos nocivos que durante siglos han devorado textos escritos. Entre ellos, alguna clase de hormiga e incluso una  avispa cartonera. Y, cómo no, las ratas. Sin embargo, el enemigo más “natural” de los libros no es otro que el hombre. Basta con leer la obra de Báez para darse cuenta de que ni los insectos más voraces  tendrán nunca la capacidad de destrucción que tiene el ser humano.
 Como muestra, un botón:
Bagdag (Irak), año 2003 (siglo XXI). “Ayer se produjo la quema de libros. Primero llegaron los saqueadores, después los incendiarios. Fue el último capítulo en el saqueo de Bagdag. La Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional, un tesoro de valor incalculable de documentos históricos otomanos- incluyendo los antiguos archivos reales de Irak-se convirtió en cenizas a tres mil grados de temperatura…y las tropas estadounidense no hicieron nada…con la destrucción de las antigüedades del Museo Arqueológico Nacional y la quema del Archivo Nacional y después de la Biblioteca Coránica, la identidad cultural de Irak se ha borrado…”(crónica de Robert Fisk para The Guardián, recogida por F. Báez en pág. 293).
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 El libro de Fernando Báez es el resultado de una magnífica tarea de documentación. Una tarea ingente de investigación que habrá supuesto años de esfuerzo para el autor.  En cada capítulo se aprecia una labor de búsqueda de datos precisos y una  minuciosa anotación de detalles, nombres y fechas. Una labor concienzuda y sistemática  que puede resultar abrumadora para el lector. Los saltos en el tiempo, necesarios para una narración más amena, inducen a errores en cuanto a fechas y exigen una lectura atenta para evitar confusiones. Por lo demás, es un libro de lectura necesaria para  todo aquel que sepa apreciar  la belleza, el valor y, sobre todo, la fragilidad de los textos escritos.
Eloína Calvete García