miércoles, 27 de abril de 2011

MIEDO

ELLA PUDO ESCAPAR
Reyes ya no tiene miedo. Hace años era una de esas mujeres que engrosaban  la lista de víctimas de malos tratos. En aquella  época  apenas levantaba la vista del suelo. Los  gritos, los insultos y las palizas habían marcado los cinco años de convivencia con su marido. Ahora, cuando rememora su pasado, frunce el ceño, como si le costara trabajo recordar.
Poco a poco cuenta su historia, la de tantas jóvenes  que se casaron ilusionadas, esperando compartir su vida con aquel hombre encantador del que se habían enamorado. Ella era independiente y resuelta. Trabajaba en una guardería y estudiaba Magisterio, se sentía segura y feliz de poder independizarse para iniciar una nueva etapa. No podía imaginar lo que iba a suceder, nunca presintió la transformación que se iba a operar en aquel chico dulce y cariñoso. Las drogas convirtieron su vida en un  infierno.
Ella también se transformó, el miedo se convirtió en su compañero habitual. No sabía cómo actuar para que él no perdiera los estribos. Decidió que un hijo sería la solución y nació Ana. Pero la situación empeoró, la pequeña padecía un  trastorno del metabolismo y él no supo aceptar que necesitaba una atención especial en sus primeros años de vida. El miedo de Reyes aumentó. Su hija no podía criarse en aquel ambiente de violencia.
Sólo cogió la ropa de la  niña. Una mañana cerró la puerta de aquella casa de tortura decidida a no volver jamás. Sabía que él la buscaría, pero su decisión era firme. Pasaron meses de angustia, de llamadas insistentes y visitas inesperadas. En una de ellas,  un mal golpe le partió la nariz. Pero siguió adelante, con su miedo a cuestas,  y  sabiendo que no habría marcha atrás.
Han pasado casi 20 años. Ahora es una mujer distinta, trabaja de auxiliar de enfermería y ha rehecho su vida. Casada de nuevo no olvida aquellos terribles años y acude a todo acto o manifestación de repulsa contra la violencia machista. Para ella, lo peor era ese miedo, esa tenaza que  le impedía  pensar y reaccionar, que bloqueaba  cualquier movimiento y la convertía  en  una marioneta indefensa. También recuerda la sensación de sentirse despreciable, inútil, culpable de no saber hacer feliz a aquel hombre al que ya no reconocía.
Miedo, culpabilidad, angustia.  Las palabras se repiten en su narración. Ella consiguió salir de aquella trampa de violencia, pero reconoce que muchas otras han quedado en el camino. Y otras más quedarán. Ahora alza su voz reclamando la ayuda de todos  para esas víctimas que no encuentran el valor de escapar y para  otras que se han atrevido a denunciar. Considera que todo lo que pasó ha marcado su existencia, aunque ha recuperado la autoestima y  es consciente de que nada fue culpa suya.
Sus ojos brillan por las lágrimas. Al final le puede el peso de los recuerdos pero sonríe cuando asegura que ya no baja la cabeza.  Estuvo cerca de un triste final y  pudo escapar. Sin embargo,  sufre con el goteo constante de víctimas, de mujeres que mueren a manos de sus parejas, cree que el problema no es sólo de las instituciones y reclama más atención en las familias y en las escuelas.  Hay que seguir buscando soluciones, queda mucho por hacer  en una sociedad que en los tres primeros meses del año ya  acumula quince muertes por violencia de género. Ella está dispuesta a luchar.  Reyes  ya no tiene miedo.