En su rostro se reflejan las escasas horas de sueño y los días de trabajo agotador tras la barra del bar; antes descansaba un día a la semana, los domingos; actualmente, ni eso puede permitirse. Los pagos se acumulan, alquiler, hipoteca, seguros, sueldos, proveedores, impuestos, no hay tregua ni sosiego para ella. Hace años que la conozco, que acudo a desayunar cada mañana, observo su trajín y me admira, me asombra ese coraje para seguir adelante, para plantarle cara al destino.
Tiempo atrás decidió
cambiar su vida, se lanzó en caída libre y comenzó un recorrido que, en
principio, le mostró su cara más risueña. A veces me habla de aquellos primeros
años de bonanza, su rostro se ilumina al recordar cuán feliz y segura se sentía. Pero todo cambió con la condenada crisis, con
una crisis que se ha llevado por delante vidas y bienes, una crisis que parece
no tener fin, a pesar de supuestos ‘brotes verdes’, ‘luces al final del túnel’
y otras simplezas por el estilo que solemos escuchar.
Por la tarde, cuando tiene un rato y charlamos entre café y café, me confiesa que
tiene miedo, teme no hacer frente a los pagos y perder su piso, teme enfermar;
teme que todos le den de lado… Sí, tiene miedo, pero respira hondo y continúa, desde las seis de la mañana a las
seis de la tarde, de lunes a domingo, de enero a diciembre. Es entonces cuando le
recuerdo que es fuerte, decidida y valiente, que todos tenemos nuestros temores,
que la valentía no es ausencia de miedo, es esa capacidad suya de sobreponerse
a las dificultades y enfrentarse a la flaqueza que a veces la atenaza. Ella sonríe
y asiente. Le digo que ha demostrado, y demuestra cada día, una decisión y
firmeza de la que muchos carecen y que, antes o después, su tremendo esfuerzo
se verá recompensado.
Y no lo digo por decir, no
hablo por hablar. Para mí es un ejemplo de resistencia, de coraje, de audacia.
Son ya muchos años detrás de esa barra, dirigiendo el bar, cerrando las bocas
de aquellos que no apostaban un duro por ella y superando trabas, zancadillas,
comentarios malévolos y malos augurios. Incontables
han sido y son los momentos de dudas e incertidumbre, de querer y no poder
alcanzar la tan ansiada seguridad; muchos años, muchas dudas, mucho miedo, sí,
pero ahí está, avanzando contra corriente, a pesar de todo, a pesar de su
eterno cansancio.
Nuestras charlas son a veces muy largas, cuando el tiempo y la
falta de clientes lo permiten; hablamos
de todo en general y de nada en concreto. La familia, los hijos, los clientes,
el pasado o el futuro; cualquier tema, persona, personaje o personajillo
merecen nuestra atención. Son buenos momentos de recuerdos y confidencias,
resolvemos dudas o descargamos nuestras conciencias de supuestos errores que,
la mayoría de las veces, no son más que inseguridades. Espero y deseo que estas
conversaciones sean tan beneficiosas para ella como lo son para mí; nuestra
particular terapia nos permite descubrir ‘lugares comunes’, experiencias y
recelos compartidos, ilusiones y esperanzas remotas y cercanas, vivencias del
ayer y empeños de futuro.
Un futuro que me permito vaticinarle feliz. Porque es fuerte,
decidida y valiente, porque planta cara a la vida, porque resiste y se lo
merece; porque la aprecio y admiro, porque es una gran mujer y una buena amiga,
porque siempre hay esperanza, porque los sueños se cumplen; en definitiva,
porque la conozco y estoy segura de que su voluntad, su envidiable y poderosa
voluntad, se impondrá a los
contratiempos y a sus temores.