MIL
Y PICO DE HORAS
El mes de julio se fue y se acercan
inevitables los últimos días de agosto, la etapa final de mis largas vacaciones. Mis
andanzas veraniegas han encontrado eco en este escaparate que es Facebook, he
intentado describir aquí mis rutinas diarias; ha sido una bonita forma de
ocupar los ratos de ocio enlazando mis dos pasiones favoritas, la escritura y
la fotografía. La escritura, junto con la lectura, me apasionan desde pequeña,
desde hace ‘miles’ de años; la fotografía no hace mucho que se convirtió en
pasión, en necesidad, en otra forma de expresar mis emociones, vivencias y
sensaciones. Ahora conocéis un poco mejor mi lugar de veraneo, Matalascañas, la
playa onubense que cada fin de semana estalla de vida. La playa de ‘la
piedra’, esa que tiene un faro peculiar
y único rodeado de pinares y dunas; con el Coto de Doñana y El Rocío tan cerca
que se puede visitar todo en una misma jornada. Matalascañas, con su carretera
Norte, la autopista adornada con originales rotondas; el litoral con camellos y
caballos en un Parque Dunar de escaleras y rampas infinitas. Matalascañas.
Se acerca pues
el momento de las despedidas, es tiempo ya de caminar por el sendero de tablas
para echar una última ojeada al faro y hacer la enésima fotografía; tiempo de recorrer
la carretera Norte con la primera sombra de nostalgia y observar melancólica
los tonos azules de la piscina comunitaria, tiempo de ascender por la penúltima
rampa del parque… Sí, se avecina el final de mis reseñadas vacaciones. He relatado
aquello que he creído curioso o diferente, aquello que he juzgado acertado
compartir con palabras e imágenes. Sin embargo, estos dos meses han dado para
más; playa, piscina, paseos, breves excursiones y talleres se han cruzado con otras vivencias que pertenecen al ámbito más
personal, que no se pueden(o yo no sé) recoger en una fotografía. Experiencias acumuladas
en historias y relatos que quizás nunca vean la luz, escritos entre la arena y
el mar, con la complicidad de la noche. Dos meses, sesenta días, mil y pico de
horas que han transcurrido cautelosas; algunas, registrando mis risas y mis
lágrimas, otras, censurando mis escritos o juzgando mis fotografías. Sin olvidar esos momentos de sempiternos
soliloquios, buscando explicación a situaciones dolorosas e inexplicables, momentos
de soledad compartida con mi ‘máquina’,
con este ya imprescindible artefacto que se ha convertido en prolongación de
mis brazos. Horas gozosas de lectura y ratos entretenidos de pasatiempos. Horas
en blanco y en negro, horas eternas,
horas efímeras, mil y pico de horas…
Poco me queda
que añadir, en esta ocasión acompaño mis palabras con una miscelánea
fotográfica de veraniegas burbujas, una
mezcla de instantáneas elegidas entre las que he realizado en estos
meses. Impresiones y recuerdos atesorados que de nuevo comparto. Espero que
unas y otros reflejen lo que han significado para mí estos días, este largo,
fotogénico y literario verano de dos mil dieciséis.